Haciendo un ejercicio de aproximaciones, un texto publicado recientemente sobre la historia del Colegio Nacional Buenos Aires reflexiona precisamente acerca de las perspectivas ante la narración del pasado y del hecho de “reciclar” el pasado. Pero… ¿Qué pasado? ¿Cuál colegio? Es decir, ¿Cuál de todos? ¿El Colegio de la Patria? ¿Un colegio más? ¿El colegio de Juvenilia? ¿El colegio baluarte antiperonista? ¿El colegio de la UES? ¿el colegio-cuna-de-la-subversión?. El colegio fue muchos colegios distintos y cada uno fue marcado por su época” (Garaño y Pertot, 2008, p. 19).
Nuevas sensibilidades en el escenario político. Juventudes, participación y agendas de discusión. Pedro Nuñez (FLACSO/CONICET) http://www.perio.unlp.edu.ar/observatoriodejovenes/obs/flacso.php
En los últimos meses parte de la sociedad se mostró “sorprendida” ante una nueva “oleada” de participación juvenil que fue comparada con las existentes en otros momentos históricos. De formas paralela, un nuevo relato buscó hilvanar como parte de un mismo proceso político a diferentes hechos heterogéneos entre sí, tanto por los actores involucrados como por su fisonomía y las posibilidades de incidir en los procesos de toma de decisiones.
Este diagnóstico nos muestra un collage de la participación política que se compone de las imágenes de jóvenes estudiantes reclamando mejoras edilicias en sus escuelas, la presencia juvenil en el funeral del ex presidente Kirchner, así como ocurrió antes con el de Alfonsín y en las marchas del 24 de marzo, su participación en las manifestaciones por el esclarecimiento del asesinato de un joven militante político, la conformación de agrupaciones que se presentan como “juveniles” hasta su asistencia durante la reciente visita del presidente de Venezuela a la Universidad de La Plata. Está claro que la misma enumeración de estos sucesos nos muestra una diversidad de actores presentes, un amplio abanico de condiciones socioeconómicas y etarias e, incluso, modos diferentes de analizar la actual coyuntura política. Aún así, todos parecemos convencidos de vivir una “oleada” de participación política juvenil.
A riesgo de presentar un análisis esquemático y sin desconocer que existe un mayor interés por la cosa pública –compartida por las distintas generaciones- quisiera señalar tres cuestiones para leer el actual escenario político. En primer lugar, es posible observar que pareciéramos atravesar una coyuntura política que interpela las sensibilidades políticas de las distintas cohortes etarias, cuestión a la que no son inmunes los jóvenes. Un “clima de época” -que algunos insisten en atribuir a la experiencia kirchnerista mientras otros hacen hincapié en la tarea de diversos colectivos- sitúa temas de agenda novedosos: la ley de servicios audiovisuales, el matrimonito igualitario, la asignación universal por hijo, la disputa con algunas corporaciones, el incremento del presupuesto científico –que involucra a gran parte de docentes, investigadores y alumnos e influye en el pensamiento más o menos crítico que produce la universidad-, la continuidad de los juicios a represores o sobre los recursos naturales, entre otros. No es este el lugar para establecer cuánto corresponde a la experiencia kirchnerista, pero sí cabe destacar que existe una agenda moderna, que si bien coquetea con identificaciones de raigambre nacional y popular es liberal –si utilizamos la acepción del término que enfatiza en la preocupación por la expansión de la garantía de derechos -que interpela a jóvenes de clases medias, trabajadores sindicalizados y participantes en organizaciones de diverso tipo, incluso a contrapelo de los sectores más conservadores de los distintos movimientos partidarios.
En segundo lugar, esta agenda incrementó la magnitud de la discusión política. Ahora bien, la contracara de este fenómeno es que aglutina a una parte minoritaria -aunque con alta visibilidad- de la población juvenil. Este mayor involucramiento político o, la activación de sensibilidades políticas latentes, tiene pocos puntos en común con la experiencia de otros jóvenes, para quienes la política sigue pasando por otra parte, a veces canalizándose a través de otros modos de participación 1 . Paradójicamente la alta participación de unos jóvenes no interpela generacionalmente a otros jóvenes. Incluso la presentación de los “militantes” como parte de “otra juventud” reproduce el discurso adultocéntrico que caracteriza a parte de los jóvenes como apáticos y descreídos. Quizás la explicación se halle en la baja autonomía de estas agrupaciones, si bien de origen más informal rápidamente incorporadas como parte del juego de intereses de los partidos políticos o a favor de tal o cual gremio en ciertos conflictos.
Finalmente, en tercer lugar, cabe destacar algunas mutaciones en la forma en la cual las juventudes se vinculan con la vida política. Este quizá sea el aspecto más innovador de las acciones políticas juveniles. Si años atrás era posible señalar que la política pasaba fundamentalmente por “poner el cuerpo” -en las marchas predominaban rostros masculinos, adustos, sufridos- hoy es posible observar cierta transición hacia un modo de practicar la política donde ésta cobra otros rasgos y en oposición al “aguante” se ponen en juego atributos tildados de femeninos. Esto involucra una mayor visibilidad de las mujeres –de la presidenta para abajo- pero también hay indicios observables en, por ejemplo el uso de la tercera persona en femenino del singular para nombrar a agrupaciones que reivindican a figuras históricas masculinas (La Cámpora, La Guemes, La Belgrano, La Karakachoff, etc.). Esta cuestión se articula con –y se presenta como continuación de- la tradición más reciente de participación política representada precisamente por figuras femeninas de alta legitimidad como son las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. La política en femenino pareciera mostrar un rostro más amable, comprometido, alejado de las corruptelas que tendría la “vieja política” y, como tal, más atractivo. Este tipo de agrupaciones también permite a sus integrantes sentirse identificados/as con ellas, sin adherir al movimiento que la contiene.
Estas tres cuestiones distan de ser diagnósticos definitivos y pueden leerse como tendencias que preanuncian transformaciones culturales de escala más amplia. Aún es prematuro señalar si estas mutaciones se instalarán como aspectos que modifiquen la cultura política del país; dependerá de si estas agrupaciones logran efectivamente acceder a posiciones de decisión, preservar cierta autonomía, incorporar otros modos de definir –y de resolver- los problemas de las personas jóvenes y, fundamentalmente, impulsar una agenda que contemple la heterogeneidad de mundos juveniles. Sólo así sabremos si la oleada logra solidificar espacios institucionales de participación política o pasará, efímeramente, como parte de sectores que la impulsaron sin reconocer la diversidad de demandas del colectivo.
También es preciso reconocer que un número no menor de jóvenes adscribe a otras identidades que los seducen desde un discurso “antipolítico” a la vez que se presentan como la “nueva política”.
El país|Sábado, 18 de diciembre de 2010
Opinión
Jóvenes, educación y política
Por María Elena Barral, Cristina Gómez Giusto, Sandra Alegre y Beatriz Greco *
–Néstor nos habló de la historia –respondió Facundo, un joven de 20 años, ante la pregunta acerca de “qué fue lo que les llegó tanto de Kirchner”.
Néstor Kirchner señalaba en un discurso en 2009 que para que la juventud participe “hace falta la ocasión, la fuerza y la iniciativa”. Resulta interesante detenerse en la palabra ocasión, que se emparenta con oportunidad. Algo que los adultos debemos construir para las nuevas generaciones y junto con ellas. Lo expresan con claridad los jóvenes que en estos tiempos hallaron una ocasión, quienes reconocen que una parte sustancial de esta experiencia política se expresa en una dimensión colectiva: “Ser parte de algo”, “formar parte de una historia”. Para quienes por 2000/2001 se encontraban en la escuela secundaria (o en esa edad aunque no fueran a la escuela) el cambio es muy potente: de ser parte de un país que se deshace a ser parte de un país que se proyecta hacia un futuro.
Estamos atravesados hoy por un contexto de transformaciones profundas. Transformaciones que apelan a una suerte de invención de la juventud que requiere un pensar más agudo, más atento, considerando otras variables, otras relaciones. Relaciones distintas de las sostenidas desde la lógica de los bandos opuestos, que se plantean en términos de “un ellos y un nosotros”, “lo viejo y lo nuevo”, “el pasado y el futuro”. La complejidad de la época nos invita a desarmar las dicotomías, a reponer la relación adultos-jóvenes como espacio de encuentro y transmisión, el “entre” generaciones, donde lo nuevo puede tener lugar historizando lo ya vivido, dándole sentido desde un presente. Nos coloca frente al desafío de cuestionar las miradas que se despliegan sobre los jóvenes y la juventud. No sólo las peyorativas, marcadas por la incompletud, el déficit, la incapacidad y la fragilidad; sino también las idealizadas, que les atribuyen la posibilidad absoluta, la omnipotencia, la fuerza, la novedad... como se oye en muchos discursos que ponen en los jóvenes una carga de responsabilidad sobre un futuro idealizado sin hacerse cargo de las condiciones que como adultos estamos obligados a generar para que ellos tomen su parte.
Varias experiencias educativas actuales –desarrolladas en el contexto escolar o en otros ámbitos como ONG o agrupaciones políticas– están sosteniendo proyectos que tienden a relativizar el formato escolar conocido (homogeneización, jerarquización, fragmentación de los conocimientos, normalización) y están pudiendo hacer lugar a la participación política de los jóvenes en nuestro tiempo, reuniendo prácticas de enseñanza y ciudadanía. Lo hacen preguntándose por lo que permite, favorece, promueve experiencia política en nuestro tiempo y en otros momentos históricos. Esto supone comprender las condiciones sociales, históricas, políticas, jurídicas que habilitan o no la participación y la experiencia misma, tanto para jóvenes como para adultos.
Muchos jóvenes están en las escuelas, obligados o no, están allí y no basta con “bancarlos” o rechazarlos. Los espacios de participación en las escuelas pueden ser un modo de “hacer lugar” genuino, fortaleciendo el sentido inclusivo de la educación. Ahora bien, ¿qué sucede cuando los jóvenes se expresan, participan, actúan?, ¿qué pasa cuando los jóvenes se presentan públicamente como sujetos de derecho ejerciendo derechos?, ¿desde qué miradas se analiza nuestro tiempo y desde qué perspectivas se habla de lo político? El tema de las tomas de las escuelas puede ser un excelente ejemplo en este sentido. Empiezan aquí las tensiones y se dibujan modos muy diferentes de concebir a los jóvenes y a su participación, particularmente en el ámbito educativo.
Lo curioso es que pareciera no haber inconvenientes cuando los jóvenes “hacen como si” participaran, discutieran, reclamaran. Nadie está en contra de los parlamentos juveniles, de simular un debate político, de hacer un ejercicio de acción de amparo o una actividad como por ejemplo: “Exponga en dos columnas argumentos a favor y en contra de...”. Ahora bien, cuando los jóvenes toman la escuela, confrontan la información de funcionarios o discuten con sólidos argumentos ante reclamos, organizan una manifestación... algo anda mal o es culpa de algún partido político o agrupación. O de la escuela. Así pareciera comprenderlo el propio ministro de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Esteban Bullrich, cuando en los inicios del conflicto apeló a los padres ignorando, obviando, a los jóvenes como interlocutores válidos.
Para el acto en el Luna Park, realizado el pasado 14 de septiembre, en el que Kirchner le hablaría a la juventud, los afiches convocaban con la leyenda “Néstor le habla a la juventud le habla a Néstor”. El adulto como habilitador, garante, capaz de acompañar la participación de los jóvenes: allí reside el sentido de la transmisión, la filiación y, en definitiva, de la educación. La idea de “don” colabora a pensar que aquello que los adultos dan a las nuevas generaciones, en términos político-educativos, no genera deuda, no hay devolución.
Bárbara Caletti, una historiadora muy joven, escribió en Página/12 a propósito de la despedida multitudinaria –y abrumadoramente juvenil– a NK los últimos días del pasado octubre: “Y es que el miércoles 27 fue uno (otro) de esos momentos en que sentís que la historia se te mete en las venas. Te transita como el líquido de contraste que se usa en los estudios médicos. Te sentís ahí, un pequeño punto y coma, espacio entre esas líneas que serán leídas en futuros lustros, y también –por qué no– lejanas décadas. Sentirse parte de algo más, de un sujeto colectivo. Hacer, o más bien ser la historia. Entendámonos: Historia con mayúscula. Y protagónicamente”.
En contraste con lo que el ministro Bullrich plantea cuando comenta que lo importante son los doscientos años que vienen y no los que pasaron, son los mismos jóvenes quienes nos interpelan a asumir la transmisión de nuestras experiencias y la restitución de la memoria, de la justicia y de la verdad.
Muchos jóvenes de hoy se reconocen en esos otros jóvenes de los ’60 o ’70 (politizados, perseguidos, desaparecidos, resistentes) y a la vez saben que no son iguales. Así, se preguntan de qué modo vivir la política y prueban, ensayan formas más cercanas o más lejanas a ese modelo de militante que ofrece la historia. Las propuestas desde los colectivos artísticos y otras son un ejemplo de estas nuevas formas de vincularse con la política. Formas que los adultos pueden propiciar para ellos y que ellos mismos se forjan, arman, pelean. Lo político entendido como aquello que interrumpe un orden injusto naturalizado, lo político reuniendo lo arbitrariamente separado (como por ejemplo pobreza y buena educación), lo político como movimiento que se atreve a transformar lo aparentemente dado, lo que parece incuestionable, lo que parece inamovible. Lejos de asustarnos por lo político haciéndose lugar en las escuelas podríamos pensar que aún no se ha hecho el lugar suficiente. Lo político como fuerza constante que tiende a la igualdad y a la emancipación es vital para la construcción de sociedades democráticas pluralistas. Y hay quienes, desde una forma de gobierno posible, están brindando la ocasión.
* Integrantes de Encuentro Educativo Buenos Aires, un espacio de participación para la construcción de un proyecto político-educativo para la ciudad conformado por profesionales de la educación provenientes de diferentes disciplinas (docentes, pedagogos, psicólogos, sociólogos, antropólogos, trabajadores sociales y otros) que acompañan las políticas del gobierno nacional.
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Universidad|Viernes, 24 de diciembre de 2010
OPINION
Un nuevo concepto de lo político
Por Fernando Peirone *
Gran parte de la comunidad política –y de los medios de comunicación– parece haber visibilizado el “interés” de los jóvenes por la política a partir de la muerte de Néstor Kirchner. Fue interpretado como la “irrupción” de un actor político que durante mucho tiempo había sido excluido del escenario político con naturalidad, como si se tratara de un organismo exánime. Algunos medios explicaron el “sorprendente fenómeno participativo” inscribiéndolo en una genealogía nacional que remontaron hasta la primavera alfonsinista, cuando la participación popular comienza a recibir los embates de un largo proceso de corrosión. Era la democracia que –como dice León Rozitchner– los militares habían perdido en Malvinas, no la que nuestro clamor había conquistado en las calles, una democracia “regalada”, enclenque y timorata que frente al entusiasmo de los jóvenes se reveló expulsiva y ficcional. El relato que por entonces comenzó a circular de los jóvenes fue en clave mediática, estigmatizados como víctimas de los descarríos o victimarios de una población medrada por la delincuencia y la inseguridad, muy lejos de aquel sujeto político que durante los años ’60 y ’70 había protagonizado la política de nuestro país y del mundo. La persistencia en posiciones tan refractarias, la degradación política del menemismo y los sucesivos golpes económicos hicieron que los jóvenes se apartaran masivamente de la escena política, tanto es así que muchos que estaban en condiciones de hacerlo, en las postrimerías del gobierno de la Alianza, terminaron yéndose del país o adscribiendo al Movimiento 501, que proponía trasladarse a más de 500 kilómetros del domicilio para quedar exceptuados de la obligación de votar. Ninguna de estas expresiones, acompañadas por emergentes estéticos que iban desde Los Redonditos de Ricota y La Bersuit hasta Los rubios, de Albertina Carri, fueron leídos como los gestos políticos de un actor social vivo y dinámico; por el contrario, fueron calificados como nihilismo, renuncias irresponsables o activismo antisistema; de ningún modo como el rechazo rotundo a una política en la que se (con)fundían las corporaciones políticas, económicas y mediáticas. La arrogancia y la impunidad impidió ver, en eso que llamaban antipatía, los primeros escarceos de una incipiente mutación en los modos de hacer política que tendría a los discursos mediáticos y a las corporaciones como sus principales antagonistas.
- Entusiasmo, frustración, entusiasmo. En el comienzo de la democracia, una gran masa de jóvenes había visto en Franja Morada y la Juventud Radical la oportunidad para desplegar una experiencia política diferente, que se apartara de la militancia setentista que aún fulguraba como modelo de referencia. Con el diario del lunes en la mano, se le puede reprochar al radicalismo la escasa representatividad social más allá de la clase media universitaria y responsabilizarlo de los importantes niveles de frustración que se generaron tras el “Felices Pascuas”, pero habiendo recibido un Estado penetrado y sin institucionalidad, eligió resignar su credibilidad por una democracia que –aunque sea “con muletas”– debía ser transferida al próximo mandato. Sobrevendría entonces una de las décadas más infames de la historia democrática argentina, la que se inició con el Pacto de Olivos y culminó con el oprobioso desfile de cinco presidentes en menos de una semana, tras el asesinato de 39 personas durante la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001.
El arribo de Néstor Kirchner al poder, tras un año y medio de Duhalde y asambleas populares pidiendo “que se vayan todos”, también albergó la esperanza de un recambio. Pero a diferencia del alfonsinismo, que contaba con la ilusión y las expectativas de un nuevo período democrático, el kirchnerismo tuvo que remontar la desconfianza en la política y el desánimo colectivo que había generado la propia democracia. En ese contexto, la embestida de Kirchner contra las corporaciones –la militar en primer lugar, con menos réditos que costos– robustece el rol del Estado y le devuelve el protagonismo a la política, produciendo una creciente identificación entre jóvenes, minorías civiles y sectores más postergados. Este modo interpelador –que incluyó la desvinculación del FMI– generó condiciones simbólico-culturales que funcionaron como espacios de identificación para muchos jóvenes que venían desarrollando una poderosa expresión estético-política y que comenzaban a experimentar el contenido social de los nuevos recursos tecnológicos, a partir de lo cual se abría una nueva dimensión política. Este escenario, como sucedió en los ’60, excede la coyuntura nacional para acoplarse a un contexto mayor y más complejo (epocal), en el que el accionar de los jóvenes se enmarca y cobra un sentido y un alcance diferentes; pero esta variable de análisis no ha sido incorporada en los muchos artículos escritos sobre la “irrupción” juvenil.
Por eso, decimos que lo que vino a evidenciar la muerte de Kirchner ya venía sucediendo, sólo que en un registro que no se pudo –o no se quiso– descifrar. La recuperación que el kirchnerismo hizo de la política puso en marcha una trama de reconocimiento, deliberación y acción que no se reduce a las nuevas tecnologías ni se ajusta a la política que conocíamos, con su propio lenguaje, sus propias estrategias y sistemas de circulación. Nos referimos a la creciente utilización de la red como dispositivo de expresión y administración con fines ideológicos. Esta estructura organizativa es horizontal y comporta un sistema de valores sobre el cual se apoyan sus integrantes para emitir juicios, discriminar los comportamientos adecuados de los que no lo son, precisar cualidades y legitimar nuevas posiciones de poder. El último 24 de marzo, por ejemplo, millares de jóvenes cambiaron la foto de su perfil en Facebook por una silueta con la leyenda “nunca más”. ¿Hace falta algo más para advertir el contenido político de esa sumatoria de gestos individuales? La política está en los jóvenes desde siempre, como cuando dejaron de avalar la política del menemismo y de la Alianza, como cuando recientemente llevaron adelante las tomas de las escuelas secundarias. Lo que hizo la muerte de Kirchner fue darle una visibilidad irreductible.
El gobierno de Cristina Fernández, favorecido por lo que logró encarnar desde la 125, se ha constituido en la parcialidad que mejor comulga con las nuevas expresiones políticas. Algo que no muchos hubieran augurado en un movimiento verticalista –aunque históricamente marcado por la impregnación juvenil y la raigambre popular–. Por el momento no han ido mucho más allá de la mutua simpatía. Pero el apoyo existe y persistirá en la medida que el Gobierno mantenga viva la paradoja de favorecer su despliegue sin la pretensión de dominarlo. Paradoja que, por cierto, tensiona con el reflejo primero de la política, que es la invocación a la militancia orgánica con objetivos programáticos. Por eso, el Movimiento Evita y La Cámpora, a pesar del notable crecimiento, no reflejan acabadamente la adhesión de la juventud a las políticas del Gobierno: porque conservan las formas de la política tradicional. Y si bien pueden convivir y potenciarse con el nuevo sujeto político, proyectan mundos diferentes. El de La Cámpora y el Movimiento Evita –tanto como las estructuras partidarias y sindicales– permanece validado por el contexto, pero necesita un cambio progresivo. El otro aún no ha logrado expresarse institucionalmente, sólo como procedimiento y potencialidad.
Es decir, el kirchnerismo logró algo que era bastante impensable: que en su interior convivan los vicios inerciales de una política tradicional que aún no ha perdido sentido ni justificativos, junto al desarrollo de las condiciones para una reinvención institucional acorde con los nuevos procesos de subjetivación e intervención política. La interacción dialógica entre estas concepciones políticas –que incluye a la blogosfera, tanto como a la juventud sindical, las redes sociales y el universo del rock, entre otras expresiones disímiles pero igualmente entusiastas– nos distingue de muchos países que aún no han encontrado un punto de encuentro que facilite la transición a una nueva época. Es un desafío a nuestras propias expectativas.
* Director de la Facultad Libre de Rosario.
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